sábado, 27 de diciembre de 2008
Desde hace muchos años, profesionales de diversas disciplinas e instituciones de la Provincia de Tucumán, vienen aplicando mediación en situaciones de violencia familiar antes, durante o después de un litigio judicial. Instan a las partes en conflicto a concretar “acuerdos”, “convenios”, “arreglos” o “pactos”. Promueven restablecer el “diálogo” y la “comunicación” entre los miembros “en pugna” de manera “civilizada y madura”, conducen a los supuestos adversarios a “ceder un poco de su parte por el bien de todos”.
En algunos casos las “sugerencias” de optar por esta modalidad son tan directivas, que parecen órdenes que los ciudadanos normalmente ajenos al conocimiento de sus derechos y de los procesos judiciales, cumplen a pesar de que están en desacuerdo. En otros casos las personas aceptan el camino de la mediación sencillamente porque desconocen las consecuencias que puede acarrearles. Y en otros, el deseo enorme y la aparente disposición que tienen de llegar a un acuerdo, lleva a que la mediación aparezca como una opción conveniente para ambos.
El panorama cambia cuando recordamos que en violencia familiar una de las partes es una víctima y la otra su victimario. Cambia cuando NO se trata de una pelea o disputa entre dos personas, sino de un abuso de poder de una persona hacia otra, como ocurre en los casos de violencia familiar.
Si volvemos un poco el tiempo atrás, antes de esta escena de cordial encuentro entre los cónyuges en un recinto de mediación, posiblemente nos encontramos con una mujer que roda por las escaleras empujada por su marido en un ataque de celos, o a una jovencita con su cuerpo marcado para siempre por las golpizas que su pareja le propinó con su bebé en brazos. Imaginamos a niños pequeños escondidos tras la puerta gritando y llorando por el miedo y la impotencia que les produce esta escena cruel. Entonces el sentido de este encuentro con miras a “arreglos” cambia.
Probablemente del otro lado del recinto se encuentran familiares, amigos, hijos u otros profesionales que están tratando de sacar a la victima del ciclo de la violencia y sus intentos se ven obstaculizados por este camino de la mediación que si bien no promueve una reconciliación entre los cónyuges, la más de las veces la ocasiona.
La agresión hacia otra persona es un delito y todo delito cometido tiene un solo camino: La sentencia y la pena. La impunidad pone en riesgo el lazo social al burlar el contrato implícito de respeto mutuo entre los ciudadanos.
Muchas veces estos acuerdos abren un camino más corto y más simple de solución del conflicto que sin embargo deja impune el acto delictivo y a la víctima desprotegida en el futuro frente a nuevos ataques del agresor (que generalmente se producen) desde el momento que la víctima abandona la presentación de pruebas fundamentales evitando el camino penal y el litigio judicial. La sentencia penal JUSTA es importante porque no solo pone freno al agresor evitando nuevos ataques a la víctima, sino que previene daños a la comunidad evitando que otra víctima caiga en manos del mismo agresor.
El tan consabido “Divorcio por común acuerdo” obliga a la víctima a dejar de lado “olvidar” la violencia sufrida. Cuanto menos complicado y más rápido sea el proceso mejor para los defensores de esta modalidad, para lo cual aconsejan “Levantar la denuncia en la policía”, “guardar las pruebas que hubiere en un cajón” o lo que es peor aún, entregarlas al agresor a cambio de que el mismo cumpla todo lo pactado y se comprometa a “no agredir más”. Se han visto y escuchado arreglos de lo más inverosímiles. Esto ha traído graves problemas a las víctimas a corto, mediano y largo plazo y es radicalmente una trampa potencial para ella misma.
Es necesario conocer la lógica del agresor y de la conducta violenta como para entender porqué la mediación en violencia familiar enfrenta a la víctima a mayores riesgos
La conducta violenta busca sojuzgar al otro, someter al otro a sus propios arbitrios anulándolo en su ser. Para eso la persona violenta despliega todas sus estrategias hasta lograrlo aún a costa de la vida de la víctima o sus allegados. La víctima, muchas veces ni siquiera puede percibir lo que está ocurriendo y otras veces lucha interiormente para salir. Cuando sale mínimamente de la violencia, quienes intentan ayudarla buscan evitar que la víctima llegue a concretar ningún espacio de encuentro con el agresor, donde el mismo pueda amedrentarla, engañarla o envolverla de nuevo. Por ese motivo, el solo hecho de ponerla frente a frente con el agresor ya es un riesgo para su vida. El agresor no conversa, no dialoga, envuelve con su discurso intentando hacer caer a su víctima en la trampa, ese es su único objetivo. Ensañado con la víctima, todo lo que haga será para poder llegar a ella de una forma u otra.
Pero además el agresor no tiene LEY interna, juega con la Ley y con el Aparato Judicial. No cumple su palabra, no duda en traicionar. Actúa, finge y promete de una manera que resulta creíble para todos, pero no bien sale del recinto de mediación hace todo lo contrario a lo que se acordó y mientras tanto la víctima pierde pruebas objetivas importantes que ya no se podrán recolectar más tarde porque los hechos son únicos e irrepetibles.
Muchos de estos agresores son verdaderos psicópatas que ni los mismos profesionales pueden manejar. Son impredecibles y sumamente peligrosos y cuando los profesionales después de una mediación perciben el peligro latente, no dudan en dejar a la víctima abandonada a su suerte en lo legal o bien hacer la vista gorda a todos los abusos que se suceden. Muchas veces ya es tarde para aconsejar a la víctima que inicie el camino penal.
Algunas determinaciones tomadas a partir de una mediación pueden causar un daño irreversible a la mujer víctima de violencia familiar. Por ejemplo, haber acordado un amplio régimen de visitas para el padre de sus hijos durante un período donde aparenta tranquilidad, se vuelve difícil de sostener unos meses después cuando el agresor se va llevando a los niños cada vez más de la casa y no los regresa más. La víctima tendrá que esperar seis meses hasta una audiencia y otros seis más hasta que recolecten las pruebas que solicita el juez y entre meses y meses probablemente no vuelva a ver a los niños que han caído en el Síndrome de Alineación Parental (han sido alienados de la madre). La víctima para entonces no cuenta con pruebas para demostrar la violencia que ella y los niños están sufriendo porque tiempo atrás, cuando lo pudo hacer, prefirió mediar con su agresor y dejar las pruebas de lado. Ahora la violencia que el mismo agresor ejerce se ha mudado a formas más difíciles de probar y puede que no recupere a los niños nunca más.
El agresor va a arremeter con violencia una y mil veces de diversas maneras. Los hijos son una herramienta para sojuzgar a la mujer. La violencia no se acabara mientras el agresor viva o se encuentre en libertad. Frente a esta realidad el camino penal es el único que pondrá a resguardo a la víctima, si se lo encara adecuadamente.
El agresor repite en el propio ámbito judicial el juego que previamente había desplegado en el seno familiar y mucho más lo hace en el espacio de mediación, donde no visualiza el peso de la ley y tiene el paso libre para acceder a su víctima. Cuando la víctima se encuentra a su disposición nuevamente, ya está todo en sus manos sin que nos demos cuenta.
LA MEDIACIÓN NO RESUELVE EL PROBLEMA DE FONDO DE LA VIOLENCIA EN EL SENO FAMIILIAR, PERO ADEMÁS SE PRESENTA COMO EL CAMINO IDEAL PARA QUE EL PERVERSO AGRESOR CONTINUE SU JUEGO Y EN ESTE JUEGO LA VÍCTIMA PUEDE PERDER SU VIDA.
En algunos casos las “sugerencias” de optar por esta modalidad son tan directivas, que parecen órdenes que los ciudadanos normalmente ajenos al conocimiento de sus derechos y de los procesos judiciales, cumplen a pesar de que están en desacuerdo. En otros casos las personas aceptan el camino de la mediación sencillamente porque desconocen las consecuencias que puede acarrearles. Y en otros, el deseo enorme y la aparente disposición que tienen de llegar a un acuerdo, lleva a que la mediación aparezca como una opción conveniente para ambos.
El panorama cambia cuando recordamos que en violencia familiar una de las partes es una víctima y la otra su victimario. Cambia cuando NO se trata de una pelea o disputa entre dos personas, sino de un abuso de poder de una persona hacia otra, como ocurre en los casos de violencia familiar.
Si volvemos un poco el tiempo atrás, antes de esta escena de cordial encuentro entre los cónyuges en un recinto de mediación, posiblemente nos encontramos con una mujer que roda por las escaleras empujada por su marido en un ataque de celos, o a una jovencita con su cuerpo marcado para siempre por las golpizas que su pareja le propinó con su bebé en brazos. Imaginamos a niños pequeños escondidos tras la puerta gritando y llorando por el miedo y la impotencia que les produce esta escena cruel. Entonces el sentido de este encuentro con miras a “arreglos” cambia.
Probablemente del otro lado del recinto se encuentran familiares, amigos, hijos u otros profesionales que están tratando de sacar a la victima del ciclo de la violencia y sus intentos se ven obstaculizados por este camino de la mediación que si bien no promueve una reconciliación entre los cónyuges, la más de las veces la ocasiona.
La agresión hacia otra persona es un delito y todo delito cometido tiene un solo camino: La sentencia y la pena. La impunidad pone en riesgo el lazo social al burlar el contrato implícito de respeto mutuo entre los ciudadanos.
Muchas veces estos acuerdos abren un camino más corto y más simple de solución del conflicto que sin embargo deja impune el acto delictivo y a la víctima desprotegida en el futuro frente a nuevos ataques del agresor (que generalmente se producen) desde el momento que la víctima abandona la presentación de pruebas fundamentales evitando el camino penal y el litigio judicial. La sentencia penal JUSTA es importante porque no solo pone freno al agresor evitando nuevos ataques a la víctima, sino que previene daños a la comunidad evitando que otra víctima caiga en manos del mismo agresor.
El tan consabido “Divorcio por común acuerdo” obliga a la víctima a dejar de lado “olvidar” la violencia sufrida. Cuanto menos complicado y más rápido sea el proceso mejor para los defensores de esta modalidad, para lo cual aconsejan “Levantar la denuncia en la policía”, “guardar las pruebas que hubiere en un cajón” o lo que es peor aún, entregarlas al agresor a cambio de que el mismo cumpla todo lo pactado y se comprometa a “no agredir más”. Se han visto y escuchado arreglos de lo más inverosímiles. Esto ha traído graves problemas a las víctimas a corto, mediano y largo plazo y es radicalmente una trampa potencial para ella misma.
Es necesario conocer la lógica del agresor y de la conducta violenta como para entender porqué la mediación en violencia familiar enfrenta a la víctima a mayores riesgos
La conducta violenta busca sojuzgar al otro, someter al otro a sus propios arbitrios anulándolo en su ser. Para eso la persona violenta despliega todas sus estrategias hasta lograrlo aún a costa de la vida de la víctima o sus allegados. La víctima, muchas veces ni siquiera puede percibir lo que está ocurriendo y otras veces lucha interiormente para salir. Cuando sale mínimamente de la violencia, quienes intentan ayudarla buscan evitar que la víctima llegue a concretar ningún espacio de encuentro con el agresor, donde el mismo pueda amedrentarla, engañarla o envolverla de nuevo. Por ese motivo, el solo hecho de ponerla frente a frente con el agresor ya es un riesgo para su vida. El agresor no conversa, no dialoga, envuelve con su discurso intentando hacer caer a su víctima en la trampa, ese es su único objetivo. Ensañado con la víctima, todo lo que haga será para poder llegar a ella de una forma u otra.
Pero además el agresor no tiene LEY interna, juega con la Ley y con el Aparato Judicial. No cumple su palabra, no duda en traicionar. Actúa, finge y promete de una manera que resulta creíble para todos, pero no bien sale del recinto de mediación hace todo lo contrario a lo que se acordó y mientras tanto la víctima pierde pruebas objetivas importantes que ya no se podrán recolectar más tarde porque los hechos son únicos e irrepetibles.
Muchos de estos agresores son verdaderos psicópatas que ni los mismos profesionales pueden manejar. Son impredecibles y sumamente peligrosos y cuando los profesionales después de una mediación perciben el peligro latente, no dudan en dejar a la víctima abandonada a su suerte en lo legal o bien hacer la vista gorda a todos los abusos que se suceden. Muchas veces ya es tarde para aconsejar a la víctima que inicie el camino penal.
Algunas determinaciones tomadas a partir de una mediación pueden causar un daño irreversible a la mujer víctima de violencia familiar. Por ejemplo, haber acordado un amplio régimen de visitas para el padre de sus hijos durante un período donde aparenta tranquilidad, se vuelve difícil de sostener unos meses después cuando el agresor se va llevando a los niños cada vez más de la casa y no los regresa más. La víctima tendrá que esperar seis meses hasta una audiencia y otros seis más hasta que recolecten las pruebas que solicita el juez y entre meses y meses probablemente no vuelva a ver a los niños que han caído en el Síndrome de Alineación Parental (han sido alienados de la madre). La víctima para entonces no cuenta con pruebas para demostrar la violencia que ella y los niños están sufriendo porque tiempo atrás, cuando lo pudo hacer, prefirió mediar con su agresor y dejar las pruebas de lado. Ahora la violencia que el mismo agresor ejerce se ha mudado a formas más difíciles de probar y puede que no recupere a los niños nunca más.
El agresor va a arremeter con violencia una y mil veces de diversas maneras. Los hijos son una herramienta para sojuzgar a la mujer. La violencia no se acabara mientras el agresor viva o se encuentre en libertad. Frente a esta realidad el camino penal es el único que pondrá a resguardo a la víctima, si se lo encara adecuadamente.
El agresor repite en el propio ámbito judicial el juego que previamente había desplegado en el seno familiar y mucho más lo hace en el espacio de mediación, donde no visualiza el peso de la ley y tiene el paso libre para acceder a su víctima. Cuando la víctima se encuentra a su disposición nuevamente, ya está todo en sus manos sin que nos demos cuenta.
LA MEDIACIÓN NO RESUELVE EL PROBLEMA DE FONDO DE LA VIOLENCIA EN EL SENO FAMIILIAR, PERO ADEMÁS SE PRESENTA COMO EL CAMINO IDEAL PARA QUE EL PERVERSO AGRESOR CONTINUE SU JUEGO Y EN ESTE JUEGO LA VÍCTIMA PUEDE PERDER SU VIDA.
María Regina Perea
Presidente
Asociación Atenea
(Nuclea a Mujeres Víctimas de
Violencia Familiar de la Pcia. de Tucumán)